domingo, 30 de agosto de 2009

Perdido en el inconsciente


Perturbadora. Ese es el adjetivo que le pondría a la película que vi anoche. Hacía tiempo que me habían hablado de ella y tiempo también que la tenía en mi lista de películas por ver. Y anoche, me adentré, primero con curiosidad, y después con cierta aprensión en un universo onírico de pesadilla que no sólo me revolvió el estómago en determinadas escenas sino que acabé con una mezcla de sentimiento de compasión y rechazo a partes iguales hacia el personaje que da título a la película.


Se trata de la primera película de su director, Brad Anderson. Y otro detalle significativo, aunque no por ello menos pintoresco, es el hecho de que la película se haya rodado en España, concretamente en tierras catalanas. ¡Y qué peliculón!


En un principio, me recordaba, por muchos detalles, a "El club de la lucha": la misma atmósfera turbia y asfixiante, los mismos colores grisáceos de la puesta en escena... incluso las dobles personalidades de los personajes, pero no, esta película toma otro giro de guión y el final es tan sorprendente, inesperado y excepcional que hace de ella una obra de arte no solo magistral sino única. Se han currado el guión a base de bien. Y no solamente eso. El hecho de que el actor principal, Christian Bale (que también hizo de "American Psycho" otra perla del séptimo arte), se metiera tanto en la piel del protagonista, llegando para ello a perder en sólo tres meses casi treinta kilos de peso, nos dice bastante de la profundidad de la historia. La película resulta "redonda", no solamente porque sus imágenes forman un círculo que une principio y final, y con ello nos desvela la trama, sino que no cabría añadirle o quitarle escena o frase alguna. Tanto que nos recuerda a lo mejorcito de Polanski, David Lynch o incluso el maestro Hitchock.


"El maquinista" es una joya. Una película rara, si por raro entendemos aquello que, apartado de los circuitos comerciales, se convierte en un clásico. Su éxito, en mi opinión, se apoya en un elaborado trabajo de imagen cinematográfica; a resaltar la atmósfera turbia de la fábrica o el apartamento del protagonista, claramente perturbador. Y así es el ambiente dentro y fuera de los muros de los edificios, la gran mayoría del tiempo de la película. Todo lo vemos desde el punto de vista de Reznik, exactamente como lo ve él. Para cuando se adivina un día soleado y claro, con colores más o menos vivos, la música nos va acelerando el pulso para anunciarnos que el final no será demasiado idílico. De hecho, la historia está plagada de imágenes aparentemente banales, que se van transformando en guiños al espectador por su profundo simbolismo en forma de bifurcaciones (paraíso vs infierno, aeropuerto vs ciudad...). Tampoco es casual que el personaje principal esté leyendo un clásico de la literatura universal como es "El idiota" de Dostoyevski. Otras escenas nos trasladan a un universo kafkiano con imágenes aparentemente absurdas (el frigorífico). De ahí que en determinados momentos sintera náuseas y un cierto desasosiego.
En definitiva, estamos frente a un thriller psicológico que cautiva, que nos tortura la conciencia. A pesar de su ritmo lento, su ambiente opresor e intenso, se trata de una gran película, acentuada por una fotografía de una belleza fría pero perfecta, que realza el guión bien estructurado, que pone de relieve una atmósfera angustiosa que nos tortura los nervios como si el insomnio que padece el protagonista lo sufriéramos nosotros mismos. Llegamos incluso a sospechar de la salud mental de Trevor Reznik, el personaje. Eso o que estamos inmersos en una de sus peores pesadillas donde la paranoia y el sinsentido campan a sus anchas. Gracias a las pistas que simbólicamente se nos ofrece en la película, llegaremos a un veredicto, cuanto menos sorprendente. En algunas escenas, me he sentido el personaje, planteándome las mismas preguntas e interrogantes con respecto a los acontecimientos, y que poco a poco se irán resolviendo cuanto más se vaya acercando el desenlace de la historia.

Y no digo más. Hay que verla.

viernes, 28 de agosto de 2009

El punto (peligroso) y la i

























Leo atónita que por tercera vez en lo que va de año, ha ocurrido un incidente de características similares en Francia, con un iPhone como protagonista.

Un guardia de seguridad de un centro comercial del sur del país galo ha resultado herido en un ojo por un trozo de cristal al reventarle la pantalla de su móvil iPhone. Por su parte, la compañía Apple habla de incidentes aislados. El hecho se produjo cuando estaba enviando un sms y de pronto la pantalla reventó y un trozo de cristal le impactó en un ojo. Ahora el vigilante se plantea demandar a la compañía de móviles. Comenta que había comprado el móvil hacía menos de tres meses y que le había costado 600€.

Por otra parte, un incidente similar ocurrió con un iPod, cuando el aparatito reproductor sufrió un sobrecalentamiento de su batería de litio y también explotó. La compañía en cuestión parece que se está tomando el tiempo de dar sus explicaciones al respecto. De momento, habla de "incidentes aislados" y no de "un problema general".

En lo que a mí respecta, no tengo iPod. Y mi móvil de ahora (es el tercero que tengo) tiene ya más de cuatro años y se encuentra en perfecto estado de salud. Pienso que tener teléfono está muy bien, pero estar con gente es todavía mejor. De hecho hace veinte años, el móvil no existía y nos iba bastante bien. La vida en su dimensión tecnológica ha tomado las riendas de nuestras míseras existencias y sobre todo de nuestras relaciones con el entorno. Y esto no ha hecho que la sociedad en la que nos movemos sea más abierta, más solidaria y sobre todo, que nuestras relaciones hayan mejorado más. Decía que tengo un móvil normalito que no tiene cámara de fotos, ni "blutú", ni archivos multimedias, ni acceso a Internet, ni gps... ni falta que me hace (de momento). Sólo una más que correcta autonomía y una resistencia a los golpes excepcional. No soy muy exigente en estas cosas. Quizás en otros aspectos de mi vida lo sea, pero no me apetece que mi vida esté regida y/o organizada por un aparatejo que condicione mis actividades y mi vida social y personal. Tengo un teléfono fijo en casa. Que quiero Internet, pues en casa también. Que estoy en un sitio precioso y quiero hacer fotos, pues ya llevo mi super-cámara de fotos. Que me he perdido y necesito saber dónde estoy: le pregunto a mi GPS. Con el iPhone por supuesto que puedes hacer fotos de mala calidad, tener un servicio de gps de calidad regular, leer la prensa digital con el microscopio y enviar tus mensajes tecleando con la punta de un boli las minúsculas teclas al prodigioso récord de 100 caracteres en una hora. ¡Qué bonita es la tecnología! Parecía que habíamos pillado el buen camino con los móviles cada vez más pequeños y llega este "mamotreto" que ni siquiera cabe en un bolsillo y con una autonomía brevemente vergonzosa. Y las compañías se frotan las manos... Ya se cuentan por millones las unidades que del citado móvil se han vendido en medio mundo (el otro medio, por no tener no tiene ni agua potable). ¿Y 600 del ala? Vamos, anda ya... Por cierto que circula por Internet un video muy divertido sobre las aplicaciones más insólitas del iPhone, en la que se puede emular a Luke Skywalker con su sabre laser, combatiendo las fuerzas del mal:

http://www.youtube.com/watch?v=z1seE06KX04&feature=related

Lo mismo este vigilante lo usaba en caso de ataque del Maestro Soja o de Dark Yogur en uno de los pasillos del supermercado.

Y volviendo a lo de nuestro protagonista herido de la noticia de marras, se me ocurren varias reflexiones. La primera es que un afán desmesurado de colmar nuestras pequeñas desgracias cotidianas comprando objetos materiales que nos den una momentanea satisfacción terminará de deslizarnos por la cuesta abajo de la infelicidad más absoluta. Porque qué ocurre en el caso que nos ocupa que el susodicho individuo se compra un teléfono móvil de última generación, lo paga a plazos, o directamente se endeuda (para muchos 600€ es el 80% de un sueldo medio mensual) y posteriormente lo pierde o lo rompe? Y bueno, detrás del móvil, vienen la tele de plasma (porque claro, el vecino tiene una que te cagas), el todoterreno de tropecientos caballos, las vacaciones de todo incluido en un resort del Caribe en agosto pasado, y como quien no quiere la cosa se llega a fin de mes tres días después de cobrar el salario del mes anterior. Y ahora llega septiembre, y la vuelta al cole sin un solo euro. Nada, que se echa mano de los préstamos personales en el banco de la esquina. Y ese es el engranaje en el que se pierden (y sufren y padecen) millones de familias a diario. Lo de gastar, consumir es estupendo, pero una sociedad madura debería cuestionarse las consecuencias de estos comportamientos.

Y por último, una última reflexión. Habría que ver la utilización que hacen estos usuarios del móvil. Si es del tipo "enganchado", con el teléfono pegado a la oreja en permanencia (de hecho, bastante peligroso por otras muchas razones) o una utilización razonable. Un vigilante que estaba enviando un sms en horas de trabajo es bastante poco profesional, aunque fuera en horas de poca afluencia o se aburriera mucho. Aunque, desgraciadamente, diría que el caso de este vigilante no es aislado. De hecho he conocido a muchos que a cada vez que sale un modelo de móvil al mercado, les falta tiempo para ir a la tienda a comprárselo. Gafas de sol de marca de esas tipo mosca a 200 leuros, el peluco de marca en la muñeca, los coches caros que en cuanto se estropean, ni siquiera pueden hacer frente a la reparación... Luego irán a llorarle al director del banco, suplicándole que no le cobren los gastos del descubierto en sus cuentas.

La gilipollez es contagiosa; vacúnate con una buena dosis de sensatez y sentido común.

martes, 25 de agosto de 2009

Silencio y soledad

Allá por el otoño del 91, por motivos que no vienen al caso, me fui a vivir a Grenoble. Compartí piso con otras dos personas: Jaime, un colombiano que era profesor de la universidad y Brigitte, una chica alemana que estaba realizando unas prácticas en una empresa francesa.


Como Brigitte tenía coche, muchos fines de semana en los que yo no trabajaba, nos íbamos a hacer un poco de turismo por la región. En una de esas excursiones, fuimos a parar a uno de los rincones más bellos de la Alta Saboya. Visitamos la ciudad de Annecy, a la que denominan la "Venecia de los Alpes" y también fuimos a ver el monasterio de Grande Chartreuse. Para los que no les suene de nada este lugar, diré que es donde se elabora un famoso licor, muy francés, por cierto, pero no sólo eso. Es el lugar donde el director de cine alemán Philip Gröning rodó su película "El gran silencio". En aquella ocasión, no pudimos visitar las instalaciones (bueno, una parte de ellas que sí estaban abiertas al público) pero sí pudimos comprar un montón de botellas de aquel licor. Debo tener por ahí una foto que recoge fielmente nuestras caras heladas por el frío reinante (y la nieve que nos rodeaba) sentadas en un banco de madera y exhibiendo las compras del día en nuestros regazos. Qué días aquellos...

Pero todo esto viene a cuento porque anoche vi la citada película y me recordó aquel viaje y aquellos tiempos. Anoche, sola, en el silencio de la casa todavía anestasiada por los calores de agosto y sentada cómodamente frente a la pantalla, me dispuse a contemplar otra dimensión, otro mundo, otra realidad... Soledad, austeridad, silencio. En esas tres palabras se resume la visión de una intimidad que en algunos momento me hacían sentir pudor. Era como buscar lo absoluto en lo simple, en lo elemental. Era como dejarse atrapar, envolver en un misterio, en el misterio de la existencia, con sus ciclos que vuelven una y otra vez, en el misterio de la paz y la sencillez. Es... dejarse ir, flotar en la inconsistencia de la nada. Me sentí en muchas escenas una vulgar "voyeur" y pido disculpas por ello. Habría que agradecer al director de la películala paciencia por haber estado viviendo y conviviendo más de seis meses en el monasterio, como un cartujo más, y adaptándose a unas condiciones de vida cuanto menos duras. Debería mencionar que Gröning tuvo que esperar más de dieciseis años los permisos necesarios para poder filmar, lo cual dice bastante del concepto de tiempo que rige entre los gruesos muros del monasterio.

Y es que la película es una gran experiencia de cine, apasionante. Cuando el espectador (en este caso, la espectadora) se sumerge en la vida diaria de los monjes cartujos, lo hace de una forma integral. Cada gesto, cada mirada, cada encuadre que observamos durante las casi tres horas que dura la película nos muestra una delicadeza, un recogimiento que más de uno estimará pesado. Sobre todo porque estamos acostumbrados a que una película es al tiempo imagen y palabra, y en este caso, esto último no está presente (si exceptuamos el monólogo final del monje ciego). Vivimos inmersos en un universo de habla constante. Superficial, automática, vulgar... Y asistir admirados a un universo donde la palabra apenas se expresa nos supone un atentado brutal contra nuestros propios principios básicos.

El silencio. Sí, eso que tanto nos asusta, que tanto nos "descoloca", que necesitamos llenar imperativamente con frases, aún cuando no son necesarias. Un movimiento mínimo, un mínimo ruido o murmullo de pájaros, maullido de gato, el sonido de la pala limpiando de nieve el huerto, todo ello nos muestra a qué punto el silencio se impone con un peso y una intensidad impresionantes. Asistimos admirados a la vida de unos hombres serios, en el sentido más hondo de la palabra, es decir que no caben engaños, no caben futilidades. No tratan de aparentar nada más que lo que son. No bromean con la vida puesto que ellos han elegido conscientemente esa vida. Su serenidad, su gravedad y su profunda alegría interior es exactamente lo que irradia la película. Y eso mismo es lo más llamativo en una época en la cual el ocio, lo accesorio y la distracción lo invaden todo. Pero también, paradójicamente el miedo (a los peligros de la vida y también de la muerte) está onmipresente.

La película, a medio camino entre un documental y una película de cine mudo (las citas bíblicas que aparecen entre escenas), es una bellísima lección de vida. A ratos, hasta me ha recordado aquellos poemas japoneses (haiku) en los que la brevedad de las palabras suple con creces la imagen que pretende crear en la mente su lectura. No es exactamente el retrato de la vida de estos ascetas; es más bien el retrato del tiempo (cuya metáfora principal son los abundantes planos de pasillos) y la propia observación de su paso a través de los planos de la propia naturaleza, que nos muestra nieve, frío, lluvia, tormentas, nieblas, en definitiva, los ciclos eternos de la existencia, mostrados a veces breves, a veces a cámara rápida. El tiempo es maleable y eterno.

En este película, lo interesante no son las "pirotecnias" tecnológicas, los efectos especiales, sino la propia esencia de la vida. Nada más. Y nada menos.

Verano 2009 (2ª parte) Cercedilla (Madrid)

Doce días de naturaleza, de frescor, de aire puro y relax
Doce días de descanso del cuerpo aunque no del alma

Doce días de encuentros, de contactos con gentes únicas, de momentos inolvidades...


jueves, 20 de agosto de 2009

Vacaciones 2009 (1ª parte)

Chenonceau sí fue ocupado, mucho diría yo incluso. Fue en el siglo XVI cuando un matrimonio de nobles manda derribar el edificio original, dejando solamente la llamada Torres de las Marcas, y hace construir este magnífico castillo sobre las aguas del río Cher. A este castillo también se le denomina el "castillo de las Damas" ya que sus más ilustres moradoras abarcan desde Diana de Poitiers a Louise Dupin, pasando por Catalina de Medicis y Francisco I, rey del renacimiento francés por antonomasia. Cabe señalar sus magníficas chimeneas así como los artesonados muy trabajados que dan al conjunto, y en contraposición al castillo de Chambord, un ambiente de castillo "vivido", de lo que da fe su completísima y amplia cocina. Mención aparte merece el divertido y original laberinto a la manera italiana.

Chambord, ahí donde se le puede ver era sólo un pabellón de caza del rey Francisco I. Tardó más tiempo en construirse que lo que posteriormente fue ocupado por el monarca (un total de 72 días en más de 30 años de reinado). Paradojas. Las crisis en el sector inmobiliario vienen de lejos, me temo. De hecho, es, por sus dimensiones uno de los más grandes de Europa: 156 metros de largo, 56 metros de alto, 77 escaleras y nada menos que 282 chimeneas! Pero sin duda, la principal atracción de este castillo es la escalera de doble hélice que reina en protagonista indiscutible en el centro mismo de la construcción. Varias hipótesis apuntan a que el "padre" de esta singular escalera podría ser Leonardo da Vinci que, invitado por el monarca francés, vivió unos años no muy lejos de allí.