viernes, 28 de agosto de 2009

El punto (peligroso) y la i

























Leo atónita que por tercera vez en lo que va de año, ha ocurrido un incidente de características similares en Francia, con un iPhone como protagonista.

Un guardia de seguridad de un centro comercial del sur del país galo ha resultado herido en un ojo por un trozo de cristal al reventarle la pantalla de su móvil iPhone. Por su parte, la compañía Apple habla de incidentes aislados. El hecho se produjo cuando estaba enviando un sms y de pronto la pantalla reventó y un trozo de cristal le impactó en un ojo. Ahora el vigilante se plantea demandar a la compañía de móviles. Comenta que había comprado el móvil hacía menos de tres meses y que le había costado 600€.

Por otra parte, un incidente similar ocurrió con un iPod, cuando el aparatito reproductor sufrió un sobrecalentamiento de su batería de litio y también explotó. La compañía en cuestión parece que se está tomando el tiempo de dar sus explicaciones al respecto. De momento, habla de "incidentes aislados" y no de "un problema general".

En lo que a mí respecta, no tengo iPod. Y mi móvil de ahora (es el tercero que tengo) tiene ya más de cuatro años y se encuentra en perfecto estado de salud. Pienso que tener teléfono está muy bien, pero estar con gente es todavía mejor. De hecho hace veinte años, el móvil no existía y nos iba bastante bien. La vida en su dimensión tecnológica ha tomado las riendas de nuestras míseras existencias y sobre todo de nuestras relaciones con el entorno. Y esto no ha hecho que la sociedad en la que nos movemos sea más abierta, más solidaria y sobre todo, que nuestras relaciones hayan mejorado más. Decía que tengo un móvil normalito que no tiene cámara de fotos, ni "blutú", ni archivos multimedias, ni acceso a Internet, ni gps... ni falta que me hace (de momento). Sólo una más que correcta autonomía y una resistencia a los golpes excepcional. No soy muy exigente en estas cosas. Quizás en otros aspectos de mi vida lo sea, pero no me apetece que mi vida esté regida y/o organizada por un aparatejo que condicione mis actividades y mi vida social y personal. Tengo un teléfono fijo en casa. Que quiero Internet, pues en casa también. Que estoy en un sitio precioso y quiero hacer fotos, pues ya llevo mi super-cámara de fotos. Que me he perdido y necesito saber dónde estoy: le pregunto a mi GPS. Con el iPhone por supuesto que puedes hacer fotos de mala calidad, tener un servicio de gps de calidad regular, leer la prensa digital con el microscopio y enviar tus mensajes tecleando con la punta de un boli las minúsculas teclas al prodigioso récord de 100 caracteres en una hora. ¡Qué bonita es la tecnología! Parecía que habíamos pillado el buen camino con los móviles cada vez más pequeños y llega este "mamotreto" que ni siquiera cabe en un bolsillo y con una autonomía brevemente vergonzosa. Y las compañías se frotan las manos... Ya se cuentan por millones las unidades que del citado móvil se han vendido en medio mundo (el otro medio, por no tener no tiene ni agua potable). ¿Y 600 del ala? Vamos, anda ya... Por cierto que circula por Internet un video muy divertido sobre las aplicaciones más insólitas del iPhone, en la que se puede emular a Luke Skywalker con su sabre laser, combatiendo las fuerzas del mal:

http://www.youtube.com/watch?v=z1seE06KX04&feature=related

Lo mismo este vigilante lo usaba en caso de ataque del Maestro Soja o de Dark Yogur en uno de los pasillos del supermercado.

Y volviendo a lo de nuestro protagonista herido de la noticia de marras, se me ocurren varias reflexiones. La primera es que un afán desmesurado de colmar nuestras pequeñas desgracias cotidianas comprando objetos materiales que nos den una momentanea satisfacción terminará de deslizarnos por la cuesta abajo de la infelicidad más absoluta. Porque qué ocurre en el caso que nos ocupa que el susodicho individuo se compra un teléfono móvil de última generación, lo paga a plazos, o directamente se endeuda (para muchos 600€ es el 80% de un sueldo medio mensual) y posteriormente lo pierde o lo rompe? Y bueno, detrás del móvil, vienen la tele de plasma (porque claro, el vecino tiene una que te cagas), el todoterreno de tropecientos caballos, las vacaciones de todo incluido en un resort del Caribe en agosto pasado, y como quien no quiere la cosa se llega a fin de mes tres días después de cobrar el salario del mes anterior. Y ahora llega septiembre, y la vuelta al cole sin un solo euro. Nada, que se echa mano de los préstamos personales en el banco de la esquina. Y ese es el engranaje en el que se pierden (y sufren y padecen) millones de familias a diario. Lo de gastar, consumir es estupendo, pero una sociedad madura debería cuestionarse las consecuencias de estos comportamientos.

Y por último, una última reflexión. Habría que ver la utilización que hacen estos usuarios del móvil. Si es del tipo "enganchado", con el teléfono pegado a la oreja en permanencia (de hecho, bastante peligroso por otras muchas razones) o una utilización razonable. Un vigilante que estaba enviando un sms en horas de trabajo es bastante poco profesional, aunque fuera en horas de poca afluencia o se aburriera mucho. Aunque, desgraciadamente, diría que el caso de este vigilante no es aislado. De hecho he conocido a muchos que a cada vez que sale un modelo de móvil al mercado, les falta tiempo para ir a la tienda a comprárselo. Gafas de sol de marca de esas tipo mosca a 200 leuros, el peluco de marca en la muñeca, los coches caros que en cuanto se estropean, ni siquiera pueden hacer frente a la reparación... Luego irán a llorarle al director del banco, suplicándole que no le cobren los gastos del descubierto en sus cuentas.

La gilipollez es contagiosa; vacúnate con una buena dosis de sensatez y sentido común.

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