miércoles, 9 de septiembre de 2009

El enemigo cobarde

He aguantado fríamente los menosprecios, las descalificaciones y hasta los insultos como si fuese otra persona la ofendida. En este momento, lo que más desarma y saca de quicio al ofensor es comprobar que sus ponzoñosas palabras, sus desplantes y sus maldades dejan completamente indiferente a quien pretende ofender, humillar, angustiar...

He encontrado la entereza suficiente para mantener el tipo, como queriendo decir "Eres un pobre ser desesperado que necesita hacer daño, pero no tienes el menor poder sobre mí". Y pienso esto mientras ese ser pretende hundirme y descargar sobre mí toda la saña de que es capaz. Es la estrategia psicológica más poderosa que conozco. Pero yo me mantengo firme y sobre todo, con la cabeza fría. No me convierto en nuevo espectador, que es lo que pretende, del triste y lamentable espectáculo de quien sólo sabe echar mierda por su boca. Porque todas sus razones, todos sus argumentos (si es que los tiene, que lo dudo), todas sus actitudes de intento de desestabilizarme son eso, pura mierda. Él espera que le responda con la misma basura dialéctica
que él está acostumbrado a utilizar. Y es que tengo un buen entrenamiento en autocontrol, en el dominio de mí misma. Y no voy a emitir un solo juicio, ni una sola respuesta. O mejor dicho, mi única respuesta es el silencio. Sólo así sabrá este ser que soy fuerte, poderosa e invulnerable.
Si esa es la opinión que te has formado de mí, la forma en que me ves y la valoración que merezco de ti, yo te respeto, y respeto tu derecho a opinar de mí lo que te plazca, pero no voy a emitir ningún juicio sobre la forma en que te comportas conmigo. Cada cual es dueño de sus actos, y lo que hacemos, todo, tiene sus consecuencias. Las personas que viven para criticar las conductas de los demás, jamás se equivocan y dificilmente piden disculpas, necesitan destacar lo negativo de las personas que tienen más a mano, para así ignorar sus propios defectos, limitaciones y miserias humanas, que no son pocas. Cuando alguien se pasa la vida recalcando y subrayando los defectos del prójimo, no encuentra jamás tiempo para echar un simple vistazo sobre sus propios defectos. Piensa que ocupándose en poner verde al prójimo y dejando en la trastienda sus miserias, nadie se percatará de que es tan humano y digno de conmiseración como cualquiera.
Hay que saber desenmascarar la falsa fortaleza, aquella que presume de su poder basado en la violencia, en este caso, violencia de palabra, pues como decía Napoleón, "entre las dos potencias, la que al final sale vencedora no es la fuerza, sino la inteligencia".
A buen entendedor, pocas palabras bastan.

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