lunes, 7 de septiembre de 2009

El Gran Primo está cansado


Ya está en marcha. Y van once. Los españoles ostentamos el dudoso honor de ser los únicos del mundo mundial que mantienen ininterrumpidamente desde 1999 el programa de telerrealidad y experimentación sociopsicológica más mediatizado del planeta. Doce participantes viven durante tres meses en una casa sin contacto con el exterior y bajo la constante mirada de docenas de cámaras.

Pero esto es como todo, que lo mucho (y repetitivo) termina cansando. Y los Británicos se han cansado. Ya es oficial. Para sus muy numerosos fans, el Gran Primo británico llega a su fin. Será que los hijos de la Gran Bretaña ya se han dado cuenta de que exprimir hasta límites insospechados una misma fórmula televisiva, por muchas innovaciones que les añadan, termina por aburrir. Aún a los británicos.

También para sus (asimismo numerosos) detractores, este show de telebasura constituye el summun del encefalograma plano de los programas de entretenimiento, mediante la explotación del voyeurismo del espectador. En cualquier caso, este formato televisivo que ha sido aprovechado en más de 70 países del planeta constituye sin ningún género de duda un hito en la historia de la televisión. Jan de Moll, cabeza visible de la productora Endemol, ya tiene callos en las manos de habérselas frotado durante todo este tiempo con los derechos que se ha ido embolsando.

Al anunciar Channel 4 que a partir del verano de 2010, y tras diez ediciones, la cadena no renovaría el contrato, los Británicos han reaccionado con sorpresa. Atrás quedarían ediciones del programa marcadas por actuaciones de dudoso gusto (léase la vida y muerte de Jade Goody, una británica soez, inculta y xenófoba -insultó gravemente a una concursante indú-, que con su comportamiento casi provoca un incidente diplomático con la India y casi deja en la calle a los mandamases de la cadena), la presencia de una monja lesbiana, un transexual (este recurso también lo utilizaron los de aquí), un concursante que padecía la enfermedad de Tourette (El ST comienza en la infancia y la adolescencia con la emisión involuntaria de movimientos repetidos y de sonidos vocálicos y fónicos -incluso palabras soeces o frases inapropiadas-, llamados tics) y polémicas varias post-paso por la casa. Todo por el circo mediático. Y es que las cifras cantan, como diría aquél. Han pasado de ocho millones de telespectadores en 2002 a poco más de dos millones en la presente edición que acaba de terminar. Al igual que aquí todo estos "personajes" han acaparado la atención de un público ávido de morbo y polémica.

Los Británicos se lo han pensado mejor y están apostando por fórmulas televisivas menos agresivas y sobre todo menos onerosas. Porque hablando de costes, cabe comentar el importe que pagan las cadenas televisivas de media por los derechos de emisión: alrededor de 70 millones de euros, que no es moco de pavo, como se suele decir. Con todo ese montón de dinero, se pueden producir muchas series y documentales de esos que tanto gustan a los de la Pérfida Albión.

En lo que a mí respecta, recuerdo no sin cierta lejanía que allá en el 99, cuando se empezó a emitir el programa, tuve alguna curiosidad, para qué mentir, en ver qué era aquello que tanto revuelo estaba armando. Y creo que aguanté dos o tres crónicas del mismo. Porque para ver discusiones de verdulera, basta con salir a la calle o presenciar cualquier conversación de patio de vecina. Me pareció soberanamente aburrido. De hecho, eran mis alumnos de entonces los que de vez en cuando me comentaban las "nominaciones" y aquellas frases antológicas de "la pierna encima" y demás gilipolleces. Desde entonces, huyo como de la peste de cualquier asomo de música machacona y ojo metido en un objetivo de cámara. Y al menos de esto me alegro por los británicos.

A ver cuánto más aguantarán los de la piel de toro.

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