viernes, 3 de septiembre de 2010

Lecturas de verano (3)



La lectura de este pequeño libro (en número de páginas) pero grande en emociones contenidas ha sido uno de los momentos claves de este verano.
Ya conocía a la autora por varios libros suyos que saboreé y que todavía conservo vivos en mi memoria: "Je voudrais que quelqu'un m'attende quelque part", "Ensemble, c'est tout" y ahora este. También lo "adopté" en una "brocante" bretona. Y es que las cosas no ocurren por casualidad. En realidad, nada es casualidad. Todo está perfectamente sincronizado y las cosas o las personas llegan a nosotros en el momento justo, en la situación adecuada, cuando más lo necesitamos. Cuando sentimos que nos falta, que nos vendría bien precisamente eso, aunque no lo reconozcamos, no lo sepamos conscientemente siquiera... Y entonces es cuando se presenta ante nosotros, y fingimos sorpresa, pero sé muy bien que no valen muestras de sorprenderse por algo que sabíamos a ciencia cierta que iba a llegarnos.
Lo que en principio se presenta como la historia de un abandono (marido deja plantado a su esposa por otra mujer más joven) se convierte a las pocas páginas en la confesión de un hombre maduro que siente que ha errado en una de las decisiones más duras y complejas de su vida y se lamenta por ello. Este hombre y esta mujer son respectivamente suegro y nuera. Y por espacio de un par de días, ambos irán desgranando lo que les supura el corazón y el alma. Ira, incredulidad, rabia, la mujer. Desazón, añoranza, tristeza, el hombre.
Con la excusa de pasar un fin de semana en la casa de campo de los suegros, Pierre, el padre del marido intentará consolar a Chloé, que se convierte en espectadora de un relato de otro tipo de abandono. Sí, su historia podría haber acabado como la de Pierre. Pero, como bien le dice el suegro, su hijo tomó la decisión adecuada en el momento correcto, mal que le pese a Chloé, que dolida, y casi sin escuchar el fondo de la historia se lamenta, herida en su orgullo de mujer.
Chloé le echará en cara su mal papel de padre, sus ausencias, su mediocridad, su dificultad para mostrar sus sentimientos. Y es entonces cuando Pierre comienza el relato estremecedor de un hecho que veinte años atrás le marcó para el resto de su vida. Entonces, es Chloé quien escucha sin pestañear, absorbida y a la vez atónita ante ese hombre que creía sin corazón, sin sentimientos, sin humanidad.
Pierre conocío, por el bies de su trabajo, a una mujer joven, vitalista y encantadora que le hará transformarse en alguien diametralmente opuesto a lo que hasta ese momento había sido. Había llevado hasta ese momento una vida sin altibajos, aburrida, encajado en una rutina que abarcaba todos los aspectos de su vida. Con su esposa, vivía una cotidianeidad soporífera, sin pasión, sin valentía para abandonarla. Confiesa a Chloé que no se atrevió a dejar a su esposa por aquella joven que insufló a su apacible existencia un brío nunca antes imaginado. Con aquella joven, saboreó la vida en toda su extensión. Supo lo que era la pasión, el verdadero amor, sentirse joven de nuevo y dar rienda suelta a las emociones, aún las más elementales y básicas. Algo que nunca antes, ni nunca después, había podido expresar. Pierre hará una verdadera "limpieza" de sus heridas no cerradas con esta confesión. A lo largo de las páginas, asistiremos a un presente melancólico que nos sumerge en un pasado atormentado y en la cual la verdadera historia se encuentra mál allá, en una pasión nostálgica llena de dolor, donde la desilusión oprime el corazón.
Pero Pierre no tuvo la valentía de dejar todo para vivir la felicidad con ella y no pasa día en su, de nuevo aburrida existencia, sin que lo lamente agriamente. Y de eso trata precisamente el libro, de oportunidades perdidas, de flechazos no escuchados. Vivimos alegremente, en la tranquilidad de una vida simple, cuadriculada, sin historias y de pronto, el flechazo nos abate impunemente. Lo inteligente ha sido siempre medir las consecuencias de los actos, pero cuando se ama, con mayúsculas, no se mide nada. Aquél que mide no puede afirmar que ame o haya amado verdaderamente. Que aquél o aquella que no se haya enamorado nunca pase de largo de esta novela.
Trata sobre el miedo al compromiso, del miedo a una decisión fallida y de la fuerza de los sentimientos. Es la historia de una cruel falta de arrojo, de una cobardía ordinaria (no exagero si afirmo que los hombres pecan más de cobardía y debilidad en cuestiones amatorias); la historia de dos enamorados (ella, todavía de su marido traidor y él, del recuerdo de lo que pudo ser y no fue). Es el reflejo de los momentos mágicos que en la mayoría de los casos ocurren sólo una vez en la vida y que hay que tener la valentía de encarar, consumir sin moderación o ignorar para conservar una existencia basada en la repetición de días, los unos iguales a los otros, sin altibajos, con la armadura que nos protege de las emociones. Y el sufrimiento posterior es tan grande que no cabe en las palabras, como decía la canción. Más de uno se reconocerá en esta historia, que no es tan ficción como se podría imaginar y le despertará muchos recuerdos. Si algo creo que provoca su lectura no es precisamente indiferencia.
Siempre he creído a pies juntilla aquello de "mejor dolerse por haberse equivocado al tomar una decisión que lamentarse porque no se tomó en su momento". ¿Es la vida lo suficientemente corta como para arruinarla porque nos asusta lo desconocido? ¿Cuántas ocasiones de ser felices se nos presentarán a lo largo de nuestra existencia? ¿Cuál es el precio de la felicidad? ¿Es por cobardía o por honestidad por lo que se renuncia a una pasión? Dejo ahí la reflexión y que cada cual haga su examen de conciencia para conocer el balance de su propia vida.
P.D. las tres últimas páginas son las más intensamente dramáticas que he leído en mucho tiempo. No pude evitar dejar escapar un par de lágrimas.


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