lunes, 23 de febrero de 2009

"Erin Brockovich" revisitada


Este finde he estado en Madrid. Como ya quedé escarmentada hace unos meses sobre ir allí en coche, sobre todo los viernes tarde, tomé, una vez más el tren, que al fin y al cabo es razonable en precio, ecológico y sobre todo me permite hacer una mini-siesta entre Villena y Albacete. Pero es que además, en el precio se incluye el visionado de una película más o menos reciente. He visto ya algunas de desigual fortuna, fácilmente olvidables. La del viernes fue una cinta que si bien en un principio no me entusiamaba en demasía terminó por atrapar toda mi atención, tanto que pasé de siesta.
La película en cuestión es de las últimas de George Clooney, llamada "Michael Clayton", en la línea del "Erin Brockovich" del título. Y me ha gustado ésta tanto como aquella. Y mucho.
Partimos de la base que Clooney ya dejó hace tiempo de interpretar papeles de galán sin más. Desde hace ya unos cuantos años, se ha embarcado en proyectos comprometidos y políticamente incorrectos. Asociado con Soderbergh, ademas del papel protagonista, se atreve (y no por primera vez) en la producción, además de con Sydney Pollack, que también tiene un papel relevante en la historia. De hecho es precisamente gracias a que se han hecho cargo de esta parte de la película que ésta ha podido ver la luz.
Se trata de una película compleja. Y es que en la primera media hora no me enteré de mucho, tanta es la presencia de los flashback y la sucesión de escenas con diálogos en clave, al menos en una primera impresión. Pero esa primera y espesa impresión (que en el fondo no es sino la representación de la complejidad del ser humano metaforizada) da pronto paso a un guión perfectamente hilvanado que gira en torno a una trama de mercantilismo hipócrita con tintes de lucha de poderes en la altas esferas ultracapitalistas. El Michael del título es un abogado que trabaja para una de las firmas más importantes de Nueva York. Divorciado, con deudas de juego dificilmente reembolsables y con un hijo demasiado despierto para su joven edad. Frente a ese vacío existencial, responde a la llamada de desesperación de un amigo y socio que sufre un brote maniaco-depresivo en plena vista para la preparación de un juicio. A partir de ese momento, su vida correrá peligro ya que sin saberlo se ha metido en las fauces de una todapoderosa multinacional agroquímica que amenaza con provocar miles de muertes a causa de un fertilizante comercializado y dispuesta a todo para silenciar a las víctimas. A partir de ahí, el director, Tony Gilroy, rodeado de excelentes profesionales para la ocasión, consigue tenerte agarrado a tu butaca para que no pierdas comba de las escenas de la última media hora que te roba literalmente el aliento. Y ese es precisamente el momento en que el flashback le da sentido a todos los interrogantes que antes te hacías. Las escenas que parecían piezas de un puzzle diabólico e incomprensible cobran todo su sentido y compruebas lo exquisitamente armado del guión.
Los actores, principales y secundarios, están sencillamente perfectos: Tilda Swinton, Tom Wilkinson, Sydney Pollack. Y por supuesto Clooney, lejos de su supuesto glamour de vendedor de máquinas de café. Encarna a la perfección el papel de un abogado perdedor en muchos aspectos de su vida, acostumbrado a barrer la basura de sus jefes, de desviar la atención cuando así lo requiere el guión de los ejecutivos sin escrúpulos, pero cuya conciencia se va a ver sacudida frente a la injusticia de unas víctimas indefensas (David contra Goliat), el dolor de la pérdida de un amigo supuestamente "suicidado" y la amenaza de verse él mismo "liquidado" bajo las órdenes de una atormentada ejecutiva que representa a la multinacional. La escena final es de las más expresivas que he presenciado en años, a base de un duelo interpretativo y dialéctico de los de antología.
La película es la prueba fehaciente de que Hollywood es capaz de filmar historias que sin incluir en sus guiones peleas, efectos especiales, y ni siquiera sexo, llegan a ser pequeñas obras de arte de una eficacia sin parangón. Ni siquiera hay buenos y malos. En definitiva, una película comprometida en medio de las burradas comerciales que tienen como objetivo sedar nuestro sentido crítico y gustar a las masas incultas y lobotomizadas.

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