domingo, 31 de agosto de 2008
Viaje a Asturias - Crónica del 17 de agosto
Amanezco en una casita de las de cuentos de Andersen. Desde su puerta de entrada, se divisa una porción de valle. Estoy en pleno corazón del Parque de Redes. El pueblecito se llama Ladines.
Una espesa bruma lo envuelve todo allá enfrente. Pero se adivina una frondosa vegetación y una profusión de verde en diferentes tonalidades. Me sentí extasiada a mi llegada ayer tarde y todavía me duran los efectos de la impresión. De hecho, nada más aparcar y salir del coche, me dirigí a un grupito de gente que charlaba animadamente en la placita del pueblo y les dije, después de saludar con una sonrisa de oreja a oreja: "Pensé que el paraíso no existía, pero acabo de encontrarlo". Sólo he echado un rápido vistazo al pueblo; verlo con detenimiento lo dejaré para un momento de dedicación en exclusiva para salorearlo palmo a palmo, llenarme las retinas con cada detalle, cada piedra, cada recodo y sobre todo dejarme envolver por la quietud que rezuma de cada esquina. Me ha sorprendido mucho la solidaridad y amabilidad de la gente con la que me he cruzado en las calles. Habitantes del pueblo, curiosos de saber quién y de dónde es el visitante.
sábado, 30 de agosto de 2008
Viaje a Asturias - Crónica del 16 de agosto (2)
24233. Este es el código postal del pueblecito en el que me quedo a hacer noche hoy. Concretamente en el Hostal San Miguel. Nica me lo recomendó, más que nada porque cuando le dije que iba a pasar una noche en León, antes de continuar viaje hacia Asturias, me sugirió pasar por el pueblo donde nació. Es un pueblo curioso. Caminando despacio por sus calles tenía la sensación de haberme trasladado gracias a la máquina del tiempo a la España de los sesenta. Casas construidas con adobe, con sus traviesas de gruesas maderas sobre el dintel de puertas y ventanas, sus portones carcomidos y descolgados de acceso a las cuadras, sus parcelas de huertos donde conviven en feliz armonía gallinas y frutales... Quizás haya más casas deshabitadas y muriéndose de la enfermedad del vacío y la tristeza que aquellas en las que languidecen abuelitas casi centenarias que a estas horas reposan al frescor de la tarde.
Saludan al paseante con una amabilidad decimonónica y parsimoniosa, no exenta de curiosidad por conocer la identidad del forastero. También hay, a estas alturas del verano, gente joven, retornada temporalmente, que saborea la tranquilidad de la vida de pueblo, que obra el milagro de ralentizar el tiempo, donde ir a dar un paseo es algo más que caminar, donde saludar al vecino es algo más que hacer vida social; es curioso, pero en mi paseo de esta tarde, apenas he visto una docena larga de vehículos aparcados o circulando por las callejuelas, copadas, eso sí, por niños circulando libremente en bicicleta, conscientes de que esa libertad no les será coartada por agentes externos. Intento imaginar cómo será la vida en este pueblo el resto del año y me embarga a partes iguales una inmensa tristeza y una paz interior sin igual.
Viaje a Asturias - Crónica del 16 de agosto (1)
Borges metaforizaba mucho, demasiado, diría yo. Pero no soy quien para criticar gratuitamente al maestro de maestros. Decía que Borges usaba profusamente la metáfora pues, entre otras cosas, comparaba la vida con un viaje, en alguna de sus novelas. Y es cierto que la vida como tal es un largo camino lleno de experiencias, de vivencias, de aprendizajes, de tramos y recorridos, de cuestas empinadas y cunetas sucias, de valles fértiles y picos ariscos. No quisiera enrollarme demasiado en figuras metafóricas, así que iré directamente al grano de mi viaje veraniego, aunque a veces utilice alguna que otra comparación.
En la metáfora, ups, perdón, en qué estaría yo pensando yo... en el viaje que me ocupa en estos momentos, ya he tenido tiempo para configurar en mi mente cuantas imágenes se han ido reflejando en mi retina, desde la salida oficial esta mañana temprano cuando, tras el pistoletazo de salida, enfilé la carretera para recorrer la geografía española en diagonal para recalar en un pueblecito leonés llamado Villalobar. En todas estas horas, que han sido muchas, he tenido oportunidad de mirar, admirar, contemplar, observar, ver... amén de maldecir el aparatejo que se suponía iba a convertirse en un eficiente asistente de viaje. Y he tenido que improvisar sobre la marcha porque el gepeese se empeñaba en dirigirme hacia la N-II, dirección Zaragoza, así que contradiciendo repetidamente la voz metálica que emanaba del aparatejo, finalmente, encontré mi camino. Pero, como diría el caballero, "a fe de Dios, que costó lo suyo!".
Conforme iba ascendiendo hacia el frescor del norte, se iban sucediendo parajes desolados y resecos de la Mancha, polígonos industriales de las periferias de grandes ciudades, autovías, carreteras, autopistas de peaje, con o sin tráfico, campos sembrados de girasoles saludando al sol, otros de cereales ya segados y que lloraban su desnudez, cielos preñados de nubes bajas... Se diría que se habían cansado del calor de las últiams semanas y se habían dejado descolgar hasta casi tapar el suelo, cual manta. Es un auténtico placer volver a respirar con las temperaturas primaverales que reinan en Castilla. Incluso a la altura de Medina del Campo me ha caido un chaparrón de no más de cinco minutos pero suficiente para obligar a los termómetros a rendirse una buena decena de grados. Mis ojos se iban empapando de todo los detalles del clima y de los paisajes: nubes, relieve, tráfico, luz... Mi mente semejaba un lienzo en blanco que se iba tiñendo por momentos de elementos pictóricos a medida que iba avanzando el camino.
En la metáfora, ups, perdón, en qué estaría yo pensando yo... en el viaje que me ocupa en estos momentos, ya he tenido tiempo para configurar en mi mente cuantas imágenes se han ido reflejando en mi retina, desde la salida oficial esta mañana temprano cuando, tras el pistoletazo de salida, enfilé la carretera para recorrer la geografía española en diagonal para recalar en un pueblecito leonés llamado Villalobar. En todas estas horas, que han sido muchas, he tenido oportunidad de mirar, admirar, contemplar, observar, ver... amén de maldecir el aparatejo que se suponía iba a convertirse en un eficiente asistente de viaje. Y he tenido que improvisar sobre la marcha porque el gepeese se empeñaba en dirigirme hacia la N-II, dirección Zaragoza, así que contradiciendo repetidamente la voz metálica que emanaba del aparatejo, finalmente, encontré mi camino. Pero, como diría el caballero, "a fe de Dios, que costó lo suyo!".
Conforme iba ascendiendo hacia el frescor del norte, se iban sucediendo parajes desolados y resecos de la Mancha, polígonos industriales de las periferias de grandes ciudades, autovías, carreteras, autopistas de peaje, con o sin tráfico, campos sembrados de girasoles saludando al sol, otros de cereales ya segados y que lloraban su desnudez, cielos preñados de nubes bajas... Se diría que se habían cansado del calor de las últiams semanas y se habían dejado descolgar hasta casi tapar el suelo, cual manta. Es un auténtico placer volver a respirar con las temperaturas primaverales que reinan en Castilla. Incluso a la altura de Medina del Campo me ha caido un chaparrón de no más de cinco minutos pero suficiente para obligar a los termómetros a rendirse una buena decena de grados. Mis ojos se iban empapando de todo los detalles del clima y de los paisajes: nubes, relieve, tráfico, luz... Mi mente semejaba un lienzo en blanco que se iba tiñendo por momentos de elementos pictóricos a medida que iba avanzando el camino.
viernes, 29 de agosto de 2008
Volver, volver...
El regreso.
Sí, ya he regresado a "casa", como se suele decir. Ha sido largo y todavía me dura el cansancio aunque afortunadamente llego con las pilas cargadas. Tras más de cinco horas y media de interminables paisajes, carreteras, paneles de simbología carreteril a veces indescifrable, y coches adelantándome (jeje, todos terminan por adelantarme... sí, sí, ya sé que dije que no soy Fernando Alonso, y lo suelo cumplir) para finalmente volver al punto de partida.
Hay en cada regreso un punto en común no exento de simbología. Volvemos siempre a nuestro punto de partida, como el asesino vuelve siempre al lugar de su crimen, como si no hubiera más opción que esa. Da igual que la ausencia haya sido de un finde, una semana, seis meses o quince años. Nunca seremos los mismos que cuando decidimos irnos. Hay cambios sutiles, casi imperceptibles en los viajes breves en tiempo. Luego están aquellos que cantaba Carlos Gardel en su celebérrimo tango "Volver", en el que "las nieves del tiempo platearon mi sien".
Volvemos, al sitio que sea, como si quisiéramos recordarnos permanentemente nuestros orígenes, como temiendo un ataque repentino del Doctor Aloïs (Alzheimer, of course). Emana de cada regreso un deseo intrínseco de recuperar algo perdido, que desgraciadamente (a veces) nunca conseguiremos tener de nuevo. No es que se me haya despistado nada en el viaje, conste. Al contrario, como siempre he traido en el equipaje algunas cosas más de las que me llevé. Ya haré un exhaustivo recuento en crónicas posteriores, merced al diario de viaje que he llevado puntualmente.
Estaba recordando aquella película con un John Voight impagable y una enternecedora Jane Fonda, llamada precisamente"El regreso". Sí, definitivamente, cada regreso es un comenzar de nuevo algo, una nueva etapa en la vida. En mi caso, esa etapa se llama curso escolar y se apellida primer trimestre. En otros muchísimos casos, se llamará vuelta a la fábrica, a la oficina, a las tareas del hogar, al parque para compartir horas con los demás jubilados, al bufete de abogado para pedir un divorcio que ya era inevitable... Pero todo será como un nuevo comienzo.
Ya me estoy poniendo pesada. Bueno, lo dicho, que tú también hayas tenido un feliz regreso, y ya, a partir de mañana comienzo las crónicas de un (pequeño) viaje a Asturias. El de Ávila, me lo estoy pensando...
Sí, ya he regresado a "casa", como se suele decir. Ha sido largo y todavía me dura el cansancio aunque afortunadamente llego con las pilas cargadas. Tras más de cinco horas y media de interminables paisajes, carreteras, paneles de simbología carreteril a veces indescifrable, y coches adelantándome (jeje, todos terminan por adelantarme... sí, sí, ya sé que dije que no soy Fernando Alonso, y lo suelo cumplir) para finalmente volver al punto de partida.
Hay en cada regreso un punto en común no exento de simbología. Volvemos siempre a nuestro punto de partida, como el asesino vuelve siempre al lugar de su crimen, como si no hubiera más opción que esa. Da igual que la ausencia haya sido de un finde, una semana, seis meses o quince años. Nunca seremos los mismos que cuando decidimos irnos. Hay cambios sutiles, casi imperceptibles en los viajes breves en tiempo. Luego están aquellos que cantaba Carlos Gardel en su celebérrimo tango "Volver", en el que "las nieves del tiempo platearon mi sien".
Volvemos, al sitio que sea, como si quisiéramos recordarnos permanentemente nuestros orígenes, como temiendo un ataque repentino del Doctor Aloïs (Alzheimer, of course). Emana de cada regreso un deseo intrínseco de recuperar algo perdido, que desgraciadamente (a veces) nunca conseguiremos tener de nuevo. No es que se me haya despistado nada en el viaje, conste. Al contrario, como siempre he traido en el equipaje algunas cosas más de las que me llevé. Ya haré un exhaustivo recuento en crónicas posteriores, merced al diario de viaje que he llevado puntualmente.
Estaba recordando aquella película con un John Voight impagable y una enternecedora Jane Fonda, llamada precisamente"El regreso". Sí, definitivamente, cada regreso es un comenzar de nuevo algo, una nueva etapa en la vida. En mi caso, esa etapa se llama curso escolar y se apellida primer trimestre. En otros muchísimos casos, se llamará vuelta a la fábrica, a la oficina, a las tareas del hogar, al parque para compartir horas con los demás jubilados, al bufete de abogado para pedir un divorcio que ya era inevitable... Pero todo será como un nuevo comienzo.
Ya me estoy poniendo pesada. Bueno, lo dicho, que tú también hayas tenido un feliz regreso, y ya, a partir de mañana comienzo las crónicas de un (pequeño) viaje a Asturias. El de Ávila, me lo estoy pensando...
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