sábado, 30 de agosto de 2008

Viaje a Asturias - Crónica del 16 de agosto (2)


24233. Este es el código postal del pueblecito en el que me quedo a hacer noche hoy. Concretamente en el Hostal San Miguel. Nica me lo recomendó, más que nada porque cuando le dije que iba a pasar una noche en León, antes de continuar viaje hacia Asturias, me sugirió pasar por el pueblo donde nació. Es un pueblo curioso. Caminando despacio por sus calles tenía la sensación de haberme trasladado gracias a la máquina del tiempo a la España de los sesenta. Casas construidas con adobe, con sus traviesas de gruesas maderas sobre el dintel de puertas y ventanas, sus portones carcomidos y descolgados de acceso a las cuadras, sus parcelas de huertos donde conviven en feliz armonía gallinas y frutales... Quizás haya más casas deshabitadas y muriéndose de la enfermedad del vacío y la tristeza que aquellas en las que languidecen abuelitas casi centenarias que a estas horas reposan al frescor de la tarde.

Saludan al paseante con una amabilidad decimonónica y parsimoniosa, no exenta de curiosidad por conocer la identidad del forastero. También hay, a estas alturas del verano, gente joven, retornada temporalmente, que saborea la tranquilidad de la vida de pueblo, que obra el milagro de ralentizar el tiempo, donde ir a dar un paseo es algo más que caminar, donde saludar al vecino es algo más que hacer vida social; es curioso, pero en mi paseo de esta tarde, apenas he visto una docena larga de vehículos aparcados o circulando por las callejuelas, copadas, eso sí, por niños circulando libremente en bicicleta, conscientes de que esa libertad no les será coartada por agentes externos. Intento imaginar cómo será la vida en este pueblo el resto del año y me embarga a partes iguales una inmensa tristeza y una paz interior sin igual.

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