jueves, 7 de agosto de 2008

Los placeres pequeños




En unos tiempos convulsos que nos han tocado vivir, y ahora que empieza a extenderse la filosofía, exportada por los italianos, del slow food, traigo a colación algo que está de alguna manera relacionada con esa buena costumbre de pararse un instante en el fragor de la vida que urge vivir y respirar hondo, con toda la capacidad de los pulmones.


Esto viene a colación porque he vuelto a leer un librito que ya saboreé hace tiempo. Se trata de un maravilloso recorrido por sensaciones breves pero no por ello menos satisfactorias. Esas pequeñas cosas que nos hacen sentirnos bien con nosotros mismos, vivos y felices de estarlo, que nos reconcilian con esos pequeños actos de la vida cotidiana y a los que prestamos relativamente poca atención, precisamente porque son (aparentemente) anodinos.

Se trata de "El primer trago de cerveza... y otros placeres minúsculos" de Philippe Delerm (La première gorgée de bière et autres plaisir minuscules". No exagero si afirmo que la lectura misma de estos 34 placeres evocados por el autor sería el trigesimocuarto. Es una serie de pequeñas reflexiones sobre los placeres simples de la vida. Esos momentos puros de felicidad. Al hilo de esos treintaytantos episodios, el escritor pone el acento, no sin cierta nostalgia, sobre los actos cotidianos, gestos que se han convertido en actos mecánicos... Los recuerdos de infancia afloran como por arte de magia, protagonizados por elementos heterogeneos: guisantes, pasteles árabes, un Banana Split y por supuesto el trago de cerveza del título, que tiene un sabor especial. Con estilo directo, breve incluso, la descripción no se extiende más allá de dos páginas, pero es ampliamente suficiente.

De igual forma, el autor juega con los recuerdos. Es también para el lector un ejercicio de recuerdo de sus propios recuerdos. Ay! La magdalena de Proust... Pero no solamente es un libro que apela a las sensaciones gustativas. Las hay también olfativas. Situaciones en las que los olores juegan un papel fundamental, que huelen a pasado, quietud y despreocupación. Fronteras éstas que delimitan la infancia de la edad de las responsabilidades. Aromas de confituras de manzanas...

Recomiendo vivamente leer este librito en pequeños trozos. Sería un sacrilegio leerlo de una sentada. Se trata básicamente de hacerlo durar lo más posible, como aquellos postres favoritos de cuando éramos niños, que saboreábamos poquito a poquito para que duraran más. Recomiendo también no seguir el orden correlativo de los episodios. Conviene extraerlos al azar. Confíe en su intuición y abra el libro por una página cualquiera y comience a leer...

Entran en el juego de la lectura los sentidos y la nostalgia. He recomendado este libro entre mis conocidos, mis amigos de la carrera, sobre todo en su versión francesa, pero para aquellos que no dominen la lengua de Molière, tengo una buena noticia. Existe una excelente traducción al español a su disposición. Y además, recomiendo que una vez leído, vuelvan a releerlo. Siempre les sacarán más jugo.

Por supuesto que se podrían añadir muchos placeres más a esta ya de por sí exhaustiva colección de momentos únicos. Yo le sumaría unas cuantas más: una sonrisa dada/recibida a un/a desconocido/a que nos tomamos como un regalo inesperado, el secreto de un niño contado en la oreja, el beso del enamorado que no esperábamos... esos pequeños hechos que no son materiales pero que nos parecen también catalogables.

Deja que el libro te hable, te evoque ESA situación en la que te veas reflejado totalmente, en la que te sientas protagonista de la misma. Como si el autor hubiera pensado en ti expresamente para escribirla... Y además, procede que cada cual añada de una forma muy personal todas aquellas cosas que para él/ella signifique también un placer particular.

Espero que puedas degustar este libro con el mismo placer íntimo que cada una de esas situaciones.

A tu salud!

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