
"pistas de pádel - 110.000€
He vuelto a ver una película que vi el verano pasado y que me pareció oríginal, innovadora y valiente. Se trata de la primera película como director de un actor fuera de serie llamado Vincent Gallo.
Lo primero que llama la atención en las primeras escenas es la sensación de frío.Un frío helador que se te mete en los huesos. Y es lo que siente el protagonista al salir de la cárcel. Acaba de pasar una temporada a la sombra. Se nos antoja un personaje tenebroso, huraño, triste, que sale al exterior, y se encuentra una ciudad gris, triste y fría. Sus padres se muestran indiferentes con él. Y luego está Layla, una chica tímida, inocente y cuyo vestido contrasta grandemente con el frío imperante, como caída del cielo. Y no es casualidad que el susodicho vestido sea de color turquesa. Como el cielo azul que apenas se ve, o más bien se adivina a lo largo del metraje.
Gallo ofrece una película intimista, depurada de toda floritura para centrar la atención del espectador en la psicología de los dos personajes centrales. Cabe señalar que no se trata de una historia que será del agrado de todos. En ese sentido sí puede considerársele una película muy minoritaria, pero no por ello exenta de sensibilidad ni calidad. En la historia se entremezclan deseos autodestructores, asco, incomprensión, temores, rabia. Por cierto, recomiendo, en la medida de lo posible, que el espectador pueda verla en V.O. Y también recomiendo verla solo, mejor que acompañado, tal es la conexión íntima que se establece entre lo que se ve en la pantalla y las emociones de cada cual.
La película es una pequeña maravilla. Pequeña por lo escueto del presupuesto y maravilla porque incluso los secundarios son de auténtico lujo: Beb Gazzara, Anjelica Houston, Rosanna Arquette, tanto que merecerían un poco más de lugar en la historia. Todo en la película, incluso en los momentos más trágicos, es poesía y romanticismo. Gallo le da una vuelta de tuerca a las convenciones cinematográficas para mostrarnos la intimidad de los perdedores, de los perdidos en sus propias vidas, de las gentes que ama, y eso se siente ya a partir de las primeras imágenes, de los primeros planos. Sus fotogramas transmiten más amor que cualquier comedia-taquillazo made in usa. De hecho, el blanco y negro le da un aire de suntuosidad. La puesta en escena es excepcional, audaz y ligera. La pareja protagonista transmite una química indescriptible. Por cierto que Christina Ricci está aquí en la cumbre de su arte; sin duda en su mejor papel. La escena de la bolera es una buena muestra de ello.
Uno empieza a ver la película, ve a un tío completamente ido, piensa que no se podrá en la vida identificar con nada de lo que siente o ve (un tipo sin corazón y bastante primitivo en sus acciones, que secuestra a una chica, que no ha conocido nunca el amor, con un caracter absolutamente insoportable, un tipo infernal), termina sin darse apenas cuenta sintiendo empatía. No se puede tener nada contra él, incluso se solidariza uno con él. A ver con detenimiento la escena del motel. Le dan ganas a uno de tomarlo en sus brazos y de mecerlo como a un bebé.
Sorprendente, divertido, emocionante, tierno, bello, violento, realista, extraño. Cine en estado puro.
Mientras ordeno las fotos y los comentarios que mi viaje a la Conca de Barberá han producido, me voy a dar licencia para reanudar mis observaciones cinematográficas sobre las películas que veo.
De hecho, durante estos últimos diez días que he estado fuera, he visto una buena docena de películas, de temática y procedencia variada.
Una de ellas es ésta: "Little Miss Sunshine", que todo el mundo alababa y ponía por las nubes, diciendo que era el summun del cine independiente. Incluso Jota, no hace mucho me comentó que la había visto y que le había gustado. Así que como la tenía desde hace tiempo en mi lista de películas pendientes de ver, me dije que había llegado el momento de opinar. Aunque en general hay dos tipos de películas que automáticamente no veo (las que llevan mucho bombo y platillo de marketing -de hecho, debo ser de las pocas personas en el planeta que no ha visto Titanic o Gladiator- y aquellas de las que todo el mundo tiene una opinión favorable unánime), me dije que tal vez podría ser interesante verla.
Así que en una de mis últimas noches montblanquinas, me dispuse a ver, como en los buenos viejos tiempos del Regio, del Concha, del PYA o del Lucy en su edad de oro, una sesión doble. De la otra película de esta doble sesión, "Código 46" de Michael Winterbottom, ya comentaré en otro momento.
Lo primero que se me ocurre es que se trata de una comedia agridulce, tirando a ácida. No he contado las veces que me he reído a carcajadas (creo que han sido tres o cuatro) y a veces sólo he esbozado una media sonrisa. En su conjunto es una buena película, y conste que no cuestiono la dirección de actores, todos ellos muy en su papel. Lo que sí me ha parecido reprobable son los clichés de la sociedad norteamericana y para muestra, un botón: lo de la cena interminable con el pollo, todos los comensales masticando y articulando frases a cual más ácida me ha parecido totalmente prescindible. Los diálogos se podrían haber encuadrado en otro tipo de escenario.
Pues sí, las situaciones que se retratan en esta película también representan a los Estados Unidos: la estupidez sin límite, la obsesión por el éxito, el mal gusto y lo kitch... Lo de los concursos de belleza para niñas que parecen barbies clónicas y lobotomizadas no es más que la punta del iceberg de una sociedad enferma. La historia tiene su cierto mensaje moralizante, y en determinados momentos hasta nos descoloca seriamente, pero creo que ese era el objetivo de sus dos directores. Un poco en la línea (salvando las distancias) de American Beauty. En nuestras sociedades occidentales, lo tenemos también aunque de manera edulcorada. No hay más que ver los realities que ofrecen las televisiones en estos momentos. En todos ellos podemos contemplar a unos horteras de tres al cuarto que matarían a sus madres por salir en la tele. Si solamente esta película pudiera hacer tomar consciencia de ello, sería el mínimo de sus méritos.
Es una road-movie simpática, que ofrece una visión sin concesiones de una Norteamérica dividida entre los winners y los loosers. Y en medio, una familia de clase media, bastante desorientada que trata de sobrevivir mal que bien y de llevar a cabo su particular "sueño americano". Sin embargo, la realidad, que como siempre supera a la ficción, es bastante cruel y las desiluciones van paradójicamente producir un acercamiento entre personas que ya no se entendían pero que unas circunstancias cuanto menos pintorescas van a propiciar: un viaje a Californa de tres días para que la niña pequeña participe en un concurso de miss infantil. Las peripecias de los protagonistas generan situaciones a ratos absurdas (mención especial a la llegada caótica de la furgoneta al hotel donde tiene lugar el concurso, realmente digna de una escena de los hermanos Marx, el secuestro del cuerpo del abuelo del hospital o la escena en la que el policía registra el maletero de la furgoneta). Se pasa de la risa al drama en apenas dos minutos.
Mención aparte merece la interpretación de los seis personajes: son todos creíbles, emocionan e invitan a la tolerancia. Aunque insisto en que en algunas situaciones parecen más estereotipos que personajes. Cierto es que el guión condiciona a los personajes. Aquí asistimos al retrato de una familia cuyos miembros están todos a la greña con el resto: el abuelo de vuelta de todo, bastante salidorro y adicto a la coca, el adolescente con comportamiento autista y que odia a todo el mundo, el padre que vende una idea del éxito que es incapaz de aplicar para su propia vida, el cuñado gay que se ha intentado suicidar incapaz de aceptar un desengaño amoroso, la madre que intenta poner un poco de sentido común a un ambiente que se le va de las manos, la hija pequeña que sin tener realmente aptitudes se presenta a un concurso de mises infantiles y cuyos padres se dan cuenta demasiado tarde de que va a fracasar estrepitosamente... Lo que le reprocho a los guionistas es que se propongan criticar la sociedad norteamericana, que lo hagan con una cierta ironía pero de manera demasiado blanda para parecer políticamente incorrectos. Claro que no son los hermanos Farelli... Pero al césar lo que es del césar, y me quito el sombrero frente a la escena más hilarante de la película, la del concurso, que los directores han tenido la delicadeza de no hacer caer en la caricatura. Y final feliz, que al fin y al cabo esto es sólo una película.
Que la película seduce es obvio. El humor que deja traslucir es sencillo y eficaz. Mención aparte a su banda sonora que atrapa, que arropa la historia, que resulta esencial en determinados momentos. La historia es original, interesante y bien resuelta. En general, el resultado es medianamente aceptable, aunque el conjunto es, por así decirlo, demasiado cuadriculado. He echado de menos un punto de disparate, un detalle que nos atrape mucho más radicalmente y que nos devuelva a la edad de oro de la comedia, que hace mucho que se despidió de nuestras pantallas. Aún así, no me he aburrido en absoluto. No diré que es una película fallida, pero tampoco podría afirmar que es una película de la que los títulos de crédito nos sorprende en estado de éxtasis completo. De hecho, yo he pasado un buen momento. Pero sin más.