sábado, 17 de enero de 2009

Código 46

Otra de las películas que vi durante las vacaciones de Navidad fue una de ciencia-ficción de Michael Winterbottom, llamada Código 46.
La primera impresión fue que estaba frente a una extraña película, con un guión muy original, muy del estilo de Gattaca. En esta ocasión Winterbottom nos propone la visión de un futuro bastante creíble a la vez que opresor y terrorífico, por lo cercano. Aunque el contexto en general nos remite a la impresión de "déjà vu", la película nos adentra en unas ideas únicas para atrapar la atención del espectador atento a la pantalla. Y es eso precisamente lo que nos muestra: ciencia-ficción (de la ficción que supera la realidad). Si buscáis la de la saga Star Treck/Galaxias y demás, probablemente salgáis decepcionados. Aquí hay una historia de las de verdad, con personajes cercanos, que viven sus roles de manera auténtica, visceral. Sus interpretaciones son sobrias, magníficas y la actriz principal, Samantha Morton (no muy conocida, o al menos no es de las que se pasean día sí, día también por las alfombras rojas de los festivales mundiales) está a años luz de las Kidman, Winslet y compañía. Se puede decir que la película es buena, pero no entusiasmará al gran público. Si el lector se autodefine como cinéfilo, no debería perdérsela bajo ningún concepto.
Una historia de amor. De eso se trata, ni más ni menos, pero encuadrado en una sociedad futurista in-vitro ideada por Winterbottom. A ratos poética, a ratos algo redundante, aderezada con una banda sonora envolvente, relajante, en su medida justa. La historia nos remite a uno de los grandes tabú de nuestra civilización (el incesto) aunque no sea el tema principal de la película, propiciado por el código 46 del título. En un mundo mucho más cercano de lo que nos imaginamos, la humanidad ha visto reducida su fertilidad hasta puntos insostenibles, se ampara en ese código para poder clonar seres humanos a partir de una misma persona, pero prohibe relacionarse a aquellos que comparten más de un porcentaje de material genético considerado ilegal además de peligroso. El directo nos demuestra hasta qué punto es posible crear una película en un universo imaginario sans abusar de la ciencia ficción ni de los ambientes opresivos, aún cuando la mayoría de las escenas tengan lugar en interiores. Y además ha sabido sacar un provecho de un modesto presupuesto llevando a cabo un película estéticamente atractiva.
Efectivamente, sin tener los personajes a primera vista nada excepcional, nos arrastran en su historia con el mismo embrujo que viven en su aventura trágicamente abocada al fracaso. Todo ello, como he comentado más arriba, mecido por una banda sonora magistral que se impone por su simplicidad en su relación con las imágenes. Algunas escenas nos hará pensar en Minority report (por los decorados) , en Lost in translation (por el ambiente oscuro e incomprensible) aunque con un trasfondo narrativo completamente diferente. Megalópolis asépticas, connotaciones contemporáneas de silencio, de aislamiento, salpicadas a ratos de incursiones en la miseria de los que viven abajo, inmersos en el ruido y la suciedad. La historia plantea varios temas candentes: la genética y sus ventajas y peligros, el papel que desempeña la medicina en nuestros días y su futuro, la tendencia a los ghettos en determinados sectores de la sociedad... ¿Acaso el resultado podría tildarse de pesadilla filosófica, a imagen y semejanza de Blade Runner? Resulta evidente que la película de Winterbottom plantea las mismas (o casi) problemáticas: la alteridad, la atracción irresistible hacia los amores imposibles, contra natura, la necesidad de transgresión para sentirse finalmente vivo... Aunque en el caso que nos ocupa, no echamos de menos los efectos especiales, de coches volantes, etc. Y precisamente por esa ausencia nos es más verosímil el ambiente futurista de la cinta, más coherente y cercano.

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