miércoles, 25 de agosto de 2010

Lecturas de verano (1)

Confieso que cada vez leo menos. O menos de lo que me gustaría. Mis frecuentes viajes al país galo me hacen regresar con un puñado de títulos en el equipaje, de lo que se ha publicado recientemente y, desgraciadamente y cada vez más a menudo, las obligaciones, el trabajo, la casa y las responsabilidades me hace postergar sine die su lectura. Con lo cual la pila de libros sin leer aumenta de trimestre en trimestre. Yo que me leía durante la carrera entre cinco y siete novelas al mes (más por imposición que por placer) he visto reducida drásticamente esa cifra, a pesar de las ansias de leer que nunca me han abandonado. Nada iguala al placer que procura la lectura de un buen libro.

Por eso, durante el verano, cuando las susodichas responsabilidades se van reduciendo (o las reduzco yo directamente) aprovecho el dolce far niente para sumergirme en las historias que me han estado esperando. Y este verano me ha regalado días enteros de lectura y de historias todas interesantes e instructivas: "Une vie" de Maupassant, "Je l'aimais" de Anna Gavalda, "Les mots" de Jean Paul Sartre, "L'élégance du hérisson" de Muriel Barbery... que iré comentando una a una.

Comenzaré por la última lectura que tengo muy fresca en la memoria.
"L'élégance du hérisson" presenta a dos personajes principales que todo separa pero que tienen en común el relato que cada una de ellas (porque se trata de dos personajes femeninos) hace de sus vivencias. Alternando los capítulos por tipo de escritura según sea una u otra, van desgranando percepciones de los hechos que cada cual vivirá a través se sus propios ojos. Comparten muy pocas cosas en común: ambas viven en el mismo edificio (una es la portera, la otra es la hija adolescente de una familia pudiente del mismo) y ambas son, a su manera, seres especiales, si por especial entendemos un no sometimiento a las normas de lo que se suponen roles estándar, de una adolescente de familia burguesa y una portera. Ambas también son poseedoras de una inteligencia fuera de lo común y ambas lo viven en una soledad involuntaria.
Pero, un momento. Por partes, como decía Jack el destripador...
Personaje número 1: la portera. La cincuentena, de aspecto bastante vulgar, poco comunicativa, y cuando lo es, su carácter huraño deja bastante que desear. Viuda, dedica su tiempo a leer a Kant, a Marx y diversos tratados de estética, filosofía e historia, amén de literatura clásica, que incluye a Tolstoy (de hecho, su gato se llama León), cuya "Ana Karenina" se sabe casi de memoria.
Personaje número 2: la adolescente. Doce años, hija de burgueses muy acomodados y que lleva una cuenta atrás del tiempo que le queda antes de acabar con su vida. Escribe un especie de diario con reflexiones sobre lo que detesta de su familia y de la gente que como ellos (padre, madre y hermana) viven en "una pecera". Por su forma de expresarse y el tipo de ideas que desarrolla, pasaría perfectamente por una mujer de... una cincuentena de años? Mira, qué casualidad, la misma edad de la portera. Menos mal que el relato de la nena está en cursiva, que si no, casi podría confundirse lo escrito. Bromas aparte, mal veo que una niña de esas caracterísitcas haga ese tipo de reflexiones. Lo dicho, inverosimil.
El relato está hecho en primera persona para ambos personajes. Y a través de ese relato, se construyen los personajes. Unos mismos hechos, traducidos a palabras, en función de la mirada de cada uno de estos seres que se salen de los esquemas tradicionales que se le suponen. Pero el devenir de la historia se desvía por derroteros a ratos inverosímiles, a ratos laberínticos (las pajas mentales de tipo filosófico de la autora son evidentísimos en ciertos párrafos/páginas - recordemos que Muriel Barbery es profe de filosofía-), y a ratos también muy aburridos, todo hay que decirlo. Cuando más me iba adentrando en la novela, más deseaba que terminara. Y más me aburría, desgraciadamente, a pesar de que la síntesis de la historia en la tapa trasera del libro prometía un tema original e interesante.
Hay en la novela, básicamente, tres temas principales: las teorías (supuestamente) marxistas, que nos presenta el discurso de la portera con su lucha de clases, una buena dosis de denuncia del materialismo más salvaje... Los ricos son los malos, superficiales y fatuos (excepto el personaje del japonés, que en ese caso es muy incomprensiblemente cool) y los obreros son los únicos que hacen funcionar la sociedad, y por ende el mundo. La inteligencia: Hay numerosas páginas que nos hablan de la felicidad, pero la felicidad a través del hedonismo que se vive por el conocimiento de la propia superioridad intelectual de las dos heroinas. Cada una de ellas piensa, y ambas están convencidas, que su inteligencia/cultura/sobredotación intelectual está en el origen de su estado de beatitud y autosuficiencia frente al mundo. El arte: nos muestra la autora un verdadero catálogo de ideas que versan sobre la estética y la belleza a través de la pintura (holandesa, básicamente), pero también del cine clásico japonés y de la literatura rusa.
La lectura del libro se hace, en general, sin grandes dificultades. A ratos, hasta se hace amena e incluso agradable. Pero peca en demasía de sintaxis recargada, barroca hasta decir basta. Si no hubiera tanta profusión de retórica filosofal, casi se le perdonaría la poca verosimilitud de la historia. He echado de menos detalles en la historia que hable de humanidad; las relaciones entre los diferentes personajes que habitan el inmueble son frías, distantes, medidas, protocolarias, estandarizadas y asépticas. Nada que nos muestre al ser humano con sus debilidades, su grandiosidad ni sus miserias.
La historia no avanza de verdad hasta que entra en escena un personaje un tanto exótico: el japonés muy zen, muy cool, extrañamente amable, disponible, y lo suficientemente culto y rico para entrar a formar parte del "selecto club" cuyos socios más ilustres son la portera y la chavala que sueña con quitarse de enmedio. Pues menos mal, porque con tanta descripción, tanta divagación filosófica, ya se empieza una a desesperar. No desvelaré nada del final tan inesperado como inverosímil (y van...) pero señalaré que un par de días después vi la película que con algunos cambios se ha realizado. Y francamente, me ha gustado mucho más.
La novela no es una obra maestra, aunque intuyo que nació con ínfulas de serlo. De hecho, cuando se publicó, fue un auténtico éxito de ventas. Pero eso no garantiza su calidad como relato.Lo dicho, una decepción. Algo le ha fallado en la dosificación de los ingredientes a la receta propuesta por la autora que hace que su digestión sea pesada. Es lo que tiene mezclar dos registros con una gran dosis de arrogancia. Justo como cuando va uno a un macdonald, hambriento, esperando degustar un plato exquisito. Que no solamente se sale con más hambre que entró sino que termina asqueado y con el estómago revuelto.

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