domingo, 29 de agosto de 2010

Lecturas de verano (2)


Otro de los libros leídos (en este caso, casi, casi, devorado) en los indolentes días estivales ha sido uno cuya lectura me ha impactado sobremanera. Cayó en mis manos por casualidad (¿existen las casualidades?). Lo encontré, al igual que una docena más, en una de esas brocantes que suelo frecuentar cuando voy a Francia.
No había leído antes nada de Sartre, aún conociendo su fama de filósofo estandarte del existencialismo, pero ya que había caído en mis manos este librito, me dije que qué mejor ocasión para acercarme a sus palabras que ésta. Así que me sumergí vorazmente en su lectura y el resultado es que no solamente me ha gustado mucho, sino que intuyo elementos de similitud (salvando las distancias, claro está) con mi propia infancia y mi aproximación y conocimiento de la magia de las palabras.
Al igual que yo hice con cinco o seis años, Sartre descubre el mundo a través de sus lecturas. Recuerdo nítidamente cómo, los miércoles por la tarde, cuando no había cole, mis hermanas y yo nos acercábamos al bibliobus para devolver los libros prestados la semana anterior. Los cambiábamos por otros que devorábamos de la misma forma; y así, semana tras semana, casi como un rito.
Como decía Sartre descubre el mundo, no por su confrontación a él, que fue un niño muy sobreprotegido, sino a través del mundo que intuye en sus lecturas, básicamente de aventuras (Dumas, Mérimée, Maupassant, Flaubert...). La breve familia que le rodea y está constantemente con él, compuesta por su madre y sobre todo la figura de su abuelo le infundirán la consciencia del poder y de la libertad y le acercarán, y casi le obligarán a escribir él mismo sus propias historias.
Cierto es que hay páginas en las que Sartre aparece como un niño caprichoso, soberbio (los que le rodean tienen gran parte de culpa) y que se siente muy por encima de los demás, el centro del mundo; pero también se nos muestra la cara más humana del personaje, aquel más auténtico, más humano en su relación con la madre y el abuelo. En unos pasajes, se nos antoja egoísta repelente y en otros, nos invade una inmensa compasión; un ejemplo muy significativo viene representado por la escena en la que cuando, junto a su madre, se encuentra en el parque y se acerca a unos niños que juegan, proponiéndoles unirse a ellos. La profunda herida que le supone ser rechazado le marcará el resto de su vida y sufrirá mucho por ello. Poulou (como le llaman en su familia) vivirá esta experiencia como el aprendizaje de la "diferencia", y que le empujará a refugiarse definitivamente (hasta que llegue al collège y socialice con otros chicos) en los libros.
Esta autobiografía nos muestra el Sartre más desconocido, más entrañable. Y nos induce a pensar que el Sartre adulto (que ya ha recibido -y rechazado- el Nobel) que revisita su infancia no le guarda ningún rencor, muy al contrario. Lo presenta con cariño, casi con ingenuidad y en ocasiones, usando de la ironía, se permite frivolizar con determinados aspectos que no le gustan, como su propio físico.
Con un estilo muy descriptivo de sus estados de ánimo, sus pequeñas miserias, sus triunfos en la vida, sus relaciones con el entorno, va recorriendo los años vividos en la infancia hasta los once años y nos adentramos en una intimidad familiar e intelectual del futuro filósofo, inaccesible de otro modo. Y esto lo hace en dos bloques fundamentales que ha denominado, muy significativamente: "lire" y "écrire" (leer y escribir). Más claro, imposible.
Su lectura me ha resultado cautivante, no solamente por las constantes referencias filosóficas que ilustran a la perfección los contextos vividos, sino también por el tipo de relato elegido: la primera persona, que otorga autenticidad al relato. Entiendo que uno de los grandes temas subyacentes al mismo es la crítica soterrada que Sartre hace a su abuelo. Sin hacerlo directamente, el futuro filósofo muestra a un abuelo que en todo momento dirige su vida. El libro no es sino una forma de exorcizar, a través de numerosos recuerdos, el "infierno" que el abuelo le ha hecho pasar, impidiéndole de alguna forma vivir una infancia "normal". De hecho, el pequeño Jean-Paul no hacía sino "actuar" para que los demás pensaran que era un niño "dócil" y maleable, sólo con el propósito de no contrariar a la madre o al abuelo. Confesión o simple justificación, parece que el libro sirva para expiar sus pecados y comportamientos futuros. Finalmente, una lección de humildad...
Pero volvamos a las "palabras", al amor de las palabras. La genialidad de autor se dibuja en cada frase, en cada una de las exposiciones de situaciones, de emociones, de circunstancias, de divagaciones expuestas. Confieso que lo he leído muy sugestionada por mis propias experiencias infantiles con respecto a mi descubrimiento de las mismas. Por eso es por lo que me costó muy poco imbuirme de ese espíritu; mis dos pasiones también son leer y escribir, y al igual que Sartre, me siento siempre muy insegura de lo que escribo porque temo no llegar al nivel de los "grandes", de los clásicos, de los que quedarán en el Olimpo de los escritores Inmortales: "Longtemps j'ai pris ma plume pour une épée, à présent je connais notre impuissance". Frases escritas, rehechas una y mil veces...
Un libro imprescindible para los enamorados de las palabras, que no de los libros. Un libro bello donde los haya, para paladear cada una de sus páginas, para releer y disfrutar a solas de las reflexiones de este filósofo que supo hacernos comprender las subtilidades del ser humano en sus limitaciones.

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