martes, 9 de diciembre de 2008

Odio la Navidad



La Navidad, así como Año Nuevo o las vacaciones de agosto tiene sus fans incondicionales y sus incondicionales detractores. Regalos, Nochevieja, familia... Señores y señoras, hagan juegos a ver a qué lado de la balanza pertenecen...

Para empezar, hablemos de los preparativos... Es verdad, no voy a negarlo. Es un ambiente casi mágico, maravilloso el del mes de diciembre. La verdad es que no sé lo que me gusta más, si las lucecitas que inundan las céntricas calles de la ciudad que parecen que han puesto puticlubs en todas las tiendas y se van pareciendo cada vez más al barrio rojo de Amsterdam, las expediciones peligrosísimas a los centros comerciales donde un ejército de consumidores patológicos está dispuesto a matar a su propia madre con tal de no quedarse sin la última Wii de la estantería, o esa encantadora costumbre occidental que consiste en cepillarse tres veces el PIB de cualquier país africano en los fastos de una sola noche de celebración... Yo creo cada vez con más convencimiento que el implante que llevo en la nuca está más que nunca activado, que es el que me regula de manera firme las apetencias consumidoras compulsivas. Gracias a Dios. O al gran poder supremo de Reticulín. Y es que algunos confunden las Navidades con las fallas de San José, y pegan fuego a sus tarjetas de crédito (ya vendrá, ya, la cuesta de enero) como hacen los valencianos cada 19 de marzo. Y es que ya me veo las montañas ingentes de embalajes, el día después de Reyes, junto a los contenedores, al lado de las cuales la pobre Torre Eiffel se queda más que ridícula... Pero el Oscar del periodo de Navidad se lo lleva sin duda esa curiosa enfermedad, muy contagiosa por cierto, que ataca a la gente que empieza a utilizar estas fiestas para mostrarse artificialmente feliz. A esta gente se la ve por doquier en las calles, acarreando sus bolsas de compras con una sonrisa beatífica en sus rostros, de tan beatífica, que parecen gilipollas embolsados, con perdón. ¿Que te han echado del trabajo? - No pasa nada, hombre, sonríe! ¿Que tu marido se ha largado con una que tiene la mitad de tu edad? - Nada, mujer, sé feliz y vete de compras! ¿Que tu banco se ha quedado con el piso porque no has podido seguir pagando el hipotimo? -Despifarra a gusto, así, sin complejos que diría la publicidad esa de la cerveza... De todas maneras, hay multitud de gente que vive en el país de los Teletubbies en permanencia....

El segundo punto que me repatea es el de los regalos. A menudo me preguntan por qué no me gusta la Navidad, que "al menos por los regalos". Pues veréis... ejem... De entrada, porque desde hace lustros que los regalos me los hago yo. Si al menos los recibiera de forma espontánea de otras gentes... Pero no, mis alusiones dispersas, son precisamente eso, alusiones dispersas. Nadie escucha mis comentarios sobre cosas que me gustan. Y sí, me gusta regalar, y no precisamente en estas fechas. Suelo ser generosa cuando ofrezco un presente a alguien, de esos que sin costar un ojo de la cara, son originales y personalizados. Claro que siendo la única nulípara de una familia numerosa, si me pusiera a comprar regalos a mis hermanas, cuñados, padres y sobrinos, me tendría que endeudar con el banco, y eso, lo juré cual Escarlata O'Hara, pongo a Dios por testigo que no lo haré jamás. Y mira que quiero a mis siete sobrinos, que me parecen encantadores y toda la parafernalia, pero sólo el resto del año. En Navidad, niet.

En cuanto a los festejos culinarios-cebadores de Nochebuena, Nochevieja y demás, lo odio con toda mi alma. Lo siento para aquellos que esperan todo el santo año para ponerse hasta arriba de marisco, cordero a la brasa, mazapanes de Estepa y turrón de Alicante, pero... vade retro satanás... Cuando digo esto a la gente, me tachan de criatura inhumana, asocial y desprovista de cualquier sentimiento familiar. Y lo gracioso es que tienen razón. Y mira que me pasa como con mis sobrinos. Que quiero a mi familia, pero el resto del año. El día 24 de diciembre (que para más inri es mi cumpleaños, eh oui!) se deleitan interpretando unos papeles perfectos imitando al gobierno y a la oposición: llenos de buena voluntad, desbordantes de ideas, pero... cómo decir, un poco demasiado divididos para ser productivos. Todo ello aderezado con un ambiente tan distendido como el que se respira en una cumbre del G8. Mi madre ya ha perdido toda esperanza de que asista a la cena de Nochebuena. Además, los sobrinos adolescentes se sienten decepcionados porque tan pronto han tomado el aperitivo y quieren irse con la peña de amigos con los que han quedado, que por qué tienen que esperarse a que la cena termine, si quieren ya sus regalos, que por qué les hacemos regalos chorras, que preferían el dinero en vez de ese estuche con colonias baratas del súper... Y yo voy y les doy en la mano un billetito de veinte, poniendo en evidencia a los padres que se quedan a cuadros escoceses. Y claro, luego pasa lo que pasa, que todo el mundo me pone a caer de un burro a pesar de mi buena voluntad de digna sucesora de Pérez de Cuéllar, Kofi Anan y Ban Ki Moon. Y es que yo no vivo en Teletubbylandia. Bienvenidos al mundo real, que dirían los protagonistas de Matrix...

1 comentario:

Anónimo dijo...

nunca pares de escribir, me encanta este blog. Saludos desde Yecla.