sábado, 18 de octubre de 2008

Hablar a un perro... o a un niño, que tanto da

Una de las muchas ventajas que tiene ir caminando a hacer la compra con el carrito de la idem, aparte de que dejas el coche en la plaza de parking, y por ende ahorras gasoil; que fortaleces los glúteos y por ende te mantienes en forma; que puedes observar los escaparates y por ende saber qué tiendas están liquidando por cierre, es que puedes también pararte a analizar el comportamientos de los terrícolas.
En general, la gente por la calle no se habla. Ya no hablo de los que van caminando juntos, que ni siquiera se miran. Tampoco se saluda mucho, y si se hace es muy brevemente, sin detenerse siquiera. A veces, ni se pronuncian palabras; basta con un movimiento de la mano o del brazo (los más efusivos).
Estoy hablando de una mañana de sábado cualquiera, como hoy, en la cual la mayoría de gente no trabaja y dedica estas pocas horas a hacer sus recados, sus compras. Y es curioso cómo la gente se para más a saludar a gente con perro o con niños. Lo primero me choca bastante teniendo en cuenta que aunque este insigne país no es mucho de conservar a esos nobles animales más allá de su año de vida (las estadísticas de chuchos abandonados año tras año cantan) sorprende comprobar que mucha gente los sigue comprando. Y cuando uno va por la calle con su extensión de perro al extremo del brazo, la gente se para a hablarle. A hablarle al perro, digo. "Qué mono"! (que es un perro, señora, no un primate!).
Luego están esos que se paran a hablar a los que llevan niño en un cochecito. Y repito, en este caso también le hablan a los retoños. Además, lo hacen en una jerga estúpida e incomprensible. El infante debe pensar que los adultos son todos gilipollas.
Reflexionando sobre tan extraño comportamiendo, me planteo una teoría al respecto. Y es que la gente no se comunica hablando (y no digo que no lo haga cuando uno entra en el espacio reducido y coartante de un ascesor), sino que lo hace a través un elemento tercero (tanto da si es un niño de pecho o un can). Creo sinceramente que en general, no sólo se ha perdido la capacidad de comunicar de forma espontánea (terrible paradoja en esta época en la que disponemos de un profuso abanico de medios) sino que tal vez esa mermada capacidad se deba a un miedo inconfesable a poner en evidencia un discurso vacío. Cuando uno se dirige a un chucho o a un niño, cabe pensar que no sólo no nos van a poder responder, sino que en el hipotético caso de que lo hicieran sus "respuestas" (balbuceos en uno, ladridos en otro) serían incoherentes por naturaleza. También pienso que, inmersos en un mundo en donde los mensajes están todos dichos a través de elementos ambientes que nos envuelven en forma de mensajes publicitarios que nos asaltan impúdicamente a todas horas, nos hemos vuelto algo vagos para reproducir otros novedosos. Eso o es que en sábado, la gente está cansada de trabajar toda la semana...
En cualquier caso, ahí dejo la reflexión. Ah!, y no tengo ni niño ni perro. ¿A alguien se le ocurre algo más?

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