domingo, 7 de septiembre de 2008

Brothers

Después del paréntesis veraniego, reanudo mi sana costumbre de ver cine. Se estrena temporada, curso, casi, casi estación nueva y siempre es bueno comentar cosas de las pelis que me meto entre pecho y espalda porque volver a las viejas costumbre calma el estrés y nos hace centrarnos sobre el lugar donde estamos.



La película que vi anoche me gustó mucho. Más si cabe que la anterior de la directora danesa Susanne Bier, de la que ya comenté en su día, llamada After the wedding. Y no me ha decepcionado en absoluto. Al contrario ha sido impactante. Tanto que todavía conservo en la retina la crudeza de alguna de sus escenas.

Para quien no sepa de qué va, no se equivoque, no tiene nada que ver con una de esas pelis del Bronx para adolescentes donde los protagonistas son raperos negros con sus cadenas monstruosas y sus gestos desafiantes ... Nada más lejos de la sinopsis de esta obra maestra de la danesa menos adepta del Dogma. De hecho, ya ha recibido cantos de sirena de Hollywood y creo que se está dejando tentar para intentar dar el salto americano.

El guión podría parecer a simple vista banal. Trata de las dificultades a las que se enfrenta una familia en principio armónica en la cual siempre hay una oveja negra que se descarría pero que no se sabe hasta el final cuál de ellas es la más descarriada de todas. Se cuestionan muchas cosas. Y una de esas cosas es la participación de las naciones en la gestión de conflictos internacionales (en este caso, la presencia de las fuerzas armadas danesas en Afganistán -por cierto que los decorados que recrean el país asiático están en el desierto de Tabernas, en Almería-) y sus consecuencias sobre el ser humano. La felicidad de la vida sencilla, en una casa decorada con muebles Ikea, con dos niñas rubitas típicas, que de pronto se ve truncada por un hecho dramático. Todo pega un vuelco bruscamente, los buenos se convierten en malos, los malos se vuelven buenos. Envueltos en una mezcla de silencios de plomo y de una música onmipresente, descubrimos la pureza y la dulzura del dolor interpretado por la actriz Connie Nielsen. Es esa pureza la que perdura en el tiempo, la que queda grabada para siempre en nuestras memorias como modelo de existencia que traspasa las etapas más sombrías. Los actores están sublimes, incluso las niñas que encarnan a las hijas del militar. De hecho, podría haberse llamado de otra forma. Porque no es sólo la historia de la relación entre dos hermanos. Tampoco trata solamente de los traumas psicológicos consecuencia del apresamiento de uno de ellos. Es la historia de una familia, de sus relaciones, del dolor, de los paralelismos que surgen al hilo de las bellísimas imágenes evocadoras de la libertad, de la vida. Su ritmo a ratos lento no es ningún handicap para entender las diversas y dolorosas emociones que van surgiendo al hilo de la trama. La cámara de la directora danesa nos permite una vez más seguir de cerca a la mujer que debe reaprender a vivir su día a día tras la desaparición del marido.


El trío de actores principales es sublime. Cada cual borda su papel, haciendo creíble el dolor, la desesperación, la rabia, los celos, el deseo, el miedo, la soledad, la incredulidad por los golpes de la vida. Difícil quedarse insensible frente a esta gran película que incita a reflexionar profundamente después de haberla visto. A ratos las escenas se vuelven brutales, de una brutalidad descarnada casi. Las preguntas se multiplican, se hacen difíciles de contestar y las interpretaciones pueden ser muchas. Es cine crudo y duro, sin maquillaje. Un puñetazo directo al estómago.

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