miércoles, 3 de septiembre de 2008

Vacaciones en Asturias: con los cinco sentidos










Comiendo Picadillos de chorizo con tortas de maíz en el Bar La Plaza de Ladines


Hórreo en Ladines

Paseando por Ladines

Decir que la vida en un pueblecito como Ladines es sencilla y apacible podría resultar una obviedad. Pero no lo es. Lo afirmo. Además podría incluso decir, sin temor a equivocarme que es el lugar más tranquilo en el que se puede estar de todos cuantos he conocido hasta ahora, que han sido unos cuantos. El hecho de estar "cortada" del resto del mundo (no hay cobertura de móvil ni por asomo) me permite agudizar los cinco sentidos:
El gusto... En estos momentos, degusto una tapita de queso Casín, que compré en la fábrica del mismo nombre, cerca del Centro de Interpretación del Parque, en Caso. Y la acompaño de un trago de vino de mi pueblo (en eso sí que soy un poco "petarda" y más papista que el Benedictus ese). Y qué decir de las fabes con chorizo, con jabalí (las de "Casa Juanín" de Pendones, que me recomendó Diego, estaban de pecado mortal) o con almejas... Definitivamente, las dos lorzitas traídas como souvenir de Asturias han sido legítimamente adquiridas, y a mucha honra... Aunque mi báscula se empeñe en echármelo en cara todas veces que se las enseño.

El olfato... pasear por el pueblo, oliendo no sólo la tierra mojada por la lluvia sino también ese aroma a piedra centenaria, con miles de historias humanas que relatar; los múltiples matices que emanan de la naturaleza en estado casi, casi salvaje (el Parque es Reserva de la Biosfera desde 2001) y que nos hacen retroceder en el tiempo, ese tiempo en el que todo estaba intacto, incorrupto a los intereses mercantilistas de unos desaprensivos en busca de lucro a costa de nuestro patrimonio más preciado. Lo de la sidra, lo comento con más detalles en un post próximo que dedicaré a Oviedo.

La vista: las casas típicas con sus piedras rotundas, sus corredores de madera en donde los habitantes de los pueblos todavía cuelgan para secar mazorcas de maíz, cebollas cultivadas en sus propios huertos, etc... Ah! y esas madreñas que se usan de toda la vida en el campo (por cierto, el museo de la Madreña de Pendones, con un artesano como Luis a la cabeza vale la pena visitarlo, es genial).
El oído: con el dulce acento asturiano de los habitantes, tanto de los pueblos como de la ciudad, que más que sonar en el oído, acaricia el resto de los sentidos. Una gozada!
El tacto: la rugosidad de la piedra, la calidez de la madera, la suavidad de las plantas que adornan profusamente el entorno, la rotundidad del hierro que se yergue majestuoso en cuantas farolas iluminan las calles de las ciudades...


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