lunes, 1 de septiembre de 2008

Viaje a Asturias - La ruta del Alba



Antiguo cargadero de mina





Un alto en el camino...




La invasión de los helechos mutantes...




Haciendo la ruta del Alba

Hoy, miércoles 20 de agosto, ha amanecido un día de cine: ya desde que miré por la ventana al levantarme, pude comprobar que el cielo emborregado de los dos últimos días se había despejado completamente. Y todo esto viene al pelo, porque precisamente ayer decidí que iba a hacer la "Ruta del Alba". Se trata de un PR (pequeño recorrido) de senderismo. Su principio se encuentra en Soto de Agues y termina en lo alta del desfiladero del Alba, en la llamada "Cruz de los Ríos", unos tres kilómetros y medio más arriba. Ayer, desde el centro de interpretación del Parque de Redes me lo recomendaron por su belleza de recorrido y por su dificultad baja. Bajé con el coche a Soto de Agues y aparqué en un gran parking situado en la entrada del pueblo. Es un recurso bastante utilizado en los pueblos de la comarca, donde aparcar en el centro es prácticamente imposible por razones obvias.

Y comienza el recorrido. A partir de un lavadero tradicional, camino hacia la piscifactoría que dejo a la izquierda. El camino no es tal si lo entendemos de forma literal, ya que en su mitad inferior (la ascensión es muy leve) está acondicionado para que además de caminantes pueden circular por él vehículos de motor. De hecho, durante el recorrido de ida, he tenido que ladearme hacia la cuneta para dejar pasar a varios todoterrenos. Por mi lado derecho, una ladera verde de vegetación muy empinada que pronto se convierte en pared de roca. A la izquierda, el río Alba baja serpenteando, a ratos con murmullo de agua cristalina, a ratos con estruendo que a estas horas de la mañana en la que estoy sola en muchos cientos de metros a la redonda lo envuelve todo.

Conforme voy ascendiendo suavemente, el camino se va estrechando y su firme regular se va modificando conviertiéndose en una simple senda de tierra y piedras. Paso junto a lo que fue un cargadero de una mina que hace años que ya cerró. Sólo permanece en pie una gruesa pared con aberturas de lo que fueron en su día las ventanas del edificio. Por dos de los varios huecos que otrora fueron ventanas se asoman unos árboles, uno de ellos de tamaño considerable, exhibiendo impúdicamente sus raíces, lo que le confiere un aspecto insólito. Sigo sola, nadie en un inmenso perímetro; hace ya rato que me adelantó un joven montado en bicicleta de montaña. Me siento libre, serena, empapándome de verde, de frescor; nada podría perturbar en estos momentos mi ánimo afable. De nuevo, como en otros viajes, siento que Cronos se ha distanciado mucho, tanto que apenas me acuerdo de él. Por el contrario, mis sentidos se han agudizado. Mis ojos se llenan de detalles: árboles con el tronco invadido por los helechos y que exhiben desvergonzadamente sus raíces al aire, piedras tapizadas de musgo, pequeñas cascadas de agua transparente, aire puro y fresco con ramalazos a rachas de olor a hierba recién cortada, graznidos de cuervos sobrevolando el desfiladero... Tras un breve descanso, llega la hora de bajar de nuevo por el mismo camino. Y ahora sí, me cruzo con multitud de gente que recorrerá la senda que ya he hecho yo. Familias con niños, gente joven en grupos bulliciosos... Estoy un poco cansada, pero satisfecha. Sí, definitivamente, valía la pena venir a hacer la Ruta del Alba.

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